Reflexión | Estoy triste y enfadado sin saber por qué
Me ocurre a menudo: estoy triste sin saber muy bien la razón. Hay días así, de esos donde la tristeza te abraza y te atrapa, esos donde además se entremezcla una sensación de enfado inexplicable, el cual, combinado con el sabor de la apatía y el desánimo, empaña y complica aún más mi realidad o el que pueda llegar a alcanzar cada objetivo que me proponga…
Es posible que esta sensación os resulte familiar. Es más, la mayoría de nosotros daríamos lo que fuera para que esos días tan grises no aparecieran nunca más en nuestro calendario, nos encantaría, cómo no, despegar para siempre la tristeza de nuestras vidas como quien coge un cepillo para quitar el polvo o las pelusas de su abrigo favorito.
“En ese instante empecé a experimentar una terrible tristeza, pero al mismo tiempo, sentí algo así como un cosquilleo en el alma”.
-Fiodor Dostoievski-
Si sentimos esa necesidad es por una sencilla razón: nos han enseñado desde niños que hay emociones positivas y negativas. Estas últimas, como es el caso del enfado, la rabia o la tristeza, deben esconderse, evitarse o lo que es peor, fagocitarse en una suerte de práctica insalubre y poco pedagógica. Una costumbre que va enfermándonos, con la promesa de que a cambio de aparentar que todo va bien vamos a tener mejor aspecto de cara al exterior.
Sin embargo nada va bien, y si hay días en que estoy triste y enfadado debe haber un por qué. Toda emoción, cumple una finalidad; ese componente biológico orquestado químicamente en nuestro cerebro tiene una función muy clara, que no es otra que la de facilitar nuestra adaptación, nuestra supervivencia en cada uno de los escenarios donde nos movemos a diario.
La tristeza, por ejemplo, nos alerta de que algo ocurre y de que nuestra obligación es detenernos, bajar el ritmo y favorecer una adecuada introspección donde tomar decisiones. No hay por tanto “emociones negativas”, todas ellas cumplen un objetivo que debemos conocer y asumir. Ahondemos a continuación en este tema.
Estoy triste y enfadado ¿qué es lo que me pasa?
Existe una realidad muy común que la mayoría de psicólogos se encuentran en sus consultas: hay personas que se sorprenden al recibir un diagnóstico de depresión, pacientes que tenían la total seguridad de que aquello que venían arrastrando desde hacía meses era simple tristeza.
Otras personas, por su parte, acuden a un terapeuta o incluso a las consultas de atención primaria pidiendo un tratamiento para la depresión, cuando lo que experimentan, es solo una clara intolerancia a aceptar emociones como la tristeza, el enfado o la frustración. Este tipo de realidades suponen sin duda un auténtico problema que nos obliga una vez más, a recordar la importancia de la educación en emociones.
Asimismo, algo que no podemos dejar de lado es que hay quien sencillamente no tolera los estados de tristeza. Una emoción, que como tal es “normativa” e incluso necesaria para nuestro desarrollo personal y para nuestra capacidad de superación cotidiana, no siempre es bien aceptada y aún menos comprendida. Por ello, es necesario que conozcamos la diferencia entre tristeza y depresión, así como la utilidad práctica de la primera.
Las características de la tristeza y su finalidad
Empezaremos definiendo la tristeza. Algo que debemos considerar en primer lugar es que es una emoción normal y que como tal, debemos tolerarla y profundizar en ella. Por otra parte, un segundo detalle que conviene recordar es que la tristeza, como el enfado, siempre tienen un desencadenante, un motivo. Algo que a menudo no sucede en la depresión.
- La tristeza es además una emoción muy viva. Puede que este término nos sorprenda pero más allá de lo que podamos creer su objetivo es ayudarnos sentirnos fuertes, vitales y valientes ante las adversidades de la vida. La tristeza “nos obliga a detenernos y centrarnos” y por ello, es común sentirse más cansado, más lento, menos receptivos a lo que nos envuelve.
- Esa emoción, así como el enfado demanda de nosotros que nos apartemos un momento del mundo exterior para navegar en nuestro yo y saber qué ocurre, qué nos molesta, qué nos duele, qué nos enfada…
Por tanto, si estoy triste mi obligación es detenerme, dedicarme tiempo, escucharme, sanarme y desenredar el ovillo de mi mente para saber qué me provoca ese estado.
¿Y si lo que tengo es una depresión?
No podemos descartar en ningún caso que aquello que nos atenaza, pueda ser una depresión. De ahí que sea necesario conocer su sintomatología, sus rasgos y los matices de estos abismos psicológicos. Por ello, antes de hacer extrañas cábalas por nuestra parte cuando “estoy triste”, nunca está de más acudir a un profesional.
No obstante, tengamos en cuenta algunas características básicas que nos ayudarán a diferenciarla de la simple tristeza.
- Mientras la tristeza es una emoción normal y funcional, la depresión es completamente disfuncional e impacta en todos los ámbitos de nuestra vida.
- Asimismo, no siempre es necesario que haya “ocurrido algo” para desarrollar un trastorno depresivo. La mayoría de las veces no hay factores desencadenantes, De hecho, hay pacientes con una vida aparentemente perfecta, y a pesar ello, no pueden evitar sentirse devastados.
- La sensación de agotamiento, de malestar y de negatividad es algo constante, casi crónica.
- La vida deja de tener interés, no se experimenta placer con nada.
- Aparecen problemas de sueño: insomnio o hipersomnia.
- Los pensamientos negativos son constantes, sin embargo, aparece también el sentimiento de culpa.
- Por otro lado, a estos estados tan desgastantes se le puede añadir la aparición de ideas asociadas al suicidio.
Cada vez que afrontamos un nuevo día con esa sensación, la de estoy triste y no sé por qué, tenemos una clara obligación para con nosotros mismos: dedicarnos tiempo y atención, entender que toda emoción tiene una finalidad. Si no la hallamos, si lo que experimentamos es indefensión y la imposibilidad de responsabilizarnos de nosotros mismos, será necesario pedir ayuda psicológica.
Escrito: Valeria Sabater
Voz: Sergio Melchor
Un viaje a la vida © 2019