Pareja | Las cosas se solucionan hablando, no dejando de hablar.

El silencio a veces cumple la función de castigo. Dejar de hablar a alguien es una salida a la que muchas personas acuden para “expresar” su enfado, su inconformidad o sus reproches. Ahora bien, ¿de verdad resulta eficaz este método para superar un problema o lograr que alguien cambie? ¿Qué implicación psicológica tiene la decisión de evitar las palabras cuando hay un rencor que arde?

Establecer un diálogo con alguien no es fácil, en especial si hay un conflicto que no parece tener vías de solución. Ahora bien, si en lugar de abordar el tema directamente lo que se hace es dejar de hablar al otro, lo único que logramos es introducir una tensión adicional. A la disputa no resuelta se suma un limbo que puede llegar a ser una verdadera incubadora de veneno.

Habla para que yo te conozca”.

-Sócrates-

Muchos, sin embargo, no tienen ningún interés en resolver el conflicto mediante el diálogo. Lo que desean es que el otro se someta a su propio punto de vista. Entonces utilizan el silencio como castigo, para que el otro se doblegue. Estamos cómo no ante una actitud infantil que no resuelve nada. Eso sí, proporciona una gratificación egoísta.

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Las razones para castigar con el silencio

Tal y como dijo una vez el músico Miles Davis, «el silencio es el ruido más fuerte». Servirnos de esta dimensión es un recurso habitual entre muchos de nosotros. Ahora bien, no siempre lo hacemos con el fin de castigar a alguien. A veces, recurrimos al silencio como recurso para no discutir más. Entendemos que hay conflictos que no dan más de sí, y para no agravarlos, para no avivar más el fuego nos valemos de él para poner un final. En este caso, es una estrategia adecuada.

Ahora bien, la persona que deja de hablar como con el fin de hacer daño a otros, lo hace porque no tiene otros recursos psicológicos para lidiar con la situación. El silencio es su respuesta por varias razones. Veámoslas a continuación.

El silencio como estrategia para gestionar el conflicto

Los perfiles que hacen uso del silencio como artimaña para manejar los problemas y las diferencias, suelen pensar lo siguiente:

  • Es mejor dejar de hablar a una persona que participar de una discusión en la que se intercambien insultos.
  • Esa persona con la que tengo una diferencia/problema no me entiende. Por más que le pido que cambie, no me hace caso. Entonces, es mejor no decir nada porque, ¿para qué?
  • Tiene que disculparse conmigo por lo que me hizo (o me dijo, o no hizo, o no dijo). Hasta que no lo haga, voy a dejar de hablar.
  • Para qué hablar si siempre llegamos al mismo punto. Mejor dejar de hablar para ver si entiende que no voy a ceder.

En todos los casos se afirma que el silencio es la mejor opción para tramitar el conflicto. Por una razón u otra, la palabra se ha mostrado ineficaz. Se acude entonces a la decisión de dejar de hablar a alguien para que esto sea asumido como un castigo y, en consecuencia, el otro reconsidere su actitud. De todo ello se desprende sin duda una gran inmadurez emocional.

Dejar de hablar, un recurso habitual en la manipulación emocional

Un silencio puede tener multitud de significados. Algunos de ellos son realmente violentos. Dejar de hablar a alguien es asumir una actitud pasivo-agresivaEsto quiere decir que se está violentando al otro, pero de manera implícita. La mayoría de las veces este tipo de actitudes son tanto o más nocivas que la agresión directa, y lo son porque el silencio se convierte en un vacío que es susceptible de cualquier tipo de interpretación.

Mujer pensando en dejar de hablar a su pareja

El silencio que se dosifica, otra forma de maltrato

Esta es otra dinámica bastante común que reconoceremos al instante. Hay quien nos deja de hablar durante unas horas, quien vuelve la cabeza cuando le dirigimos la palabra. Son personas con las que convivimos y que de pronto, eligen hacer como si fuéramos invisibles. Esta conducta infantil, por curioso que nos resulte se da con excesiva frecuencia.

Lo que se pretende con ello es lo siguiente: combinar el «ahora te quiero»/»ahora me alejo», el «ahora te hago caso»/»ahora te hago el vacío». Con ello, despliegan un tipo de incertidumbre emocional que desgasta y que corroe. Ahí donde solo uno pauta la comunicación y el trato, donde solo el manipulador controla los tiempos para ejercer el poder sobre el otro.

Como podemos ver, pocas estrategias pueden ser tan dañinas como hacer uso del silencio como forma de castigo. Porque esta dimensión, y el hecho de dejar de hablar a alguien alarga distancias. Y la distancia no suele ser un buen aliado para la comprensión o para restaurar lazos rotos o dañados. Por el contrario, contribuye a ahondar las diferencias.

Por otro lado, dejar de hablar a alguien puede funcionar momentáneamente. Se impone el castigo y el otro reacciona: vuelve para disculparse, prometerte cambios o hacer lo que tú quieres. Sin embargo, a largo plazo también termina incubando pequeños rencores que pueden crecer. El silencio rara vez resuelve el conflicto de fondo o da paso a su resolución, solo lo encubre.

Las sanas funciones del silencio

Es cierto que a veces es mejor callar. Cuando estamos muy exaltados, por ejemplo. La ira hace que exageremos y nos preocupemos más por herir al otro que por expresar realmente lo que pensamos o sentimos. En esas condiciones nada mejor que dejar de hablar mientras recuperamos la compostura. Bajo esas circunstancias, se trata de una decisión inteligente.

En cambio, dejar de hablar para castigar o propiciar que otra persona “se rinda” como hemos dicho, rara vez trae buenos resultados. A veces nos enfrentamos al reto de expresar nuestra ira o nuestro enfado, pero sin herir al otro. La salida no está en dejar de hablar, sino en buscar y encontrar los medios para tender puentes hacia la comprensión. La ausencia de palabras puede hacer que el otro ceda, lo que no significa que el conflicto desaparezca. Por otro lado, también puede pasar que el otro no lo haga y que lo que en un principio era un copo de nieve se trasforme en una bola.

Mujer en silencio junto a un banco

Quizás lo necesario sea buscar mejores condiciones para conversar. También una forma diferente de expresar nuestra inconformidad. Cambiar el espacio rutinario por otro más cálido y amable a veces contribuye a que la comunicación se renueve. Hablar desde el corazón, siempre remitiéndote a lo que tú sientes y no lo a lo que supones que siente el otro es una fórmula que no suele fallar. Inténtalo.

Escrito: Edith Sánchez